El papa Francisco y su tensa relación con su país natal

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Fotografía facilitada por el Observador Romano que muestra al papa Francisco con el trofeo de la Copa Libertadores, rodeado de miembros del equipo de fútbol argentino San Lorenzo, que ganó en 2014 la Copa Libertadores. EFE

Nicholas E. Meyer | New York Hispano | Colaborador

Tres gestos resumen la relación que hubo entre el recientemente fallecido papa latinoamericano, Francisco, y su país natal, Argentina. Pocas personas más allá de esas fronteras han notado cuán controvertida fue esa relación. Los tres gestos fueron: la sonrisa que no hubo, la visita que no se hizo, y un rosario.

Nada de ello puede comprenderse sin saber un dato fundamental sobre Francisco, quien antes de ser papa fue Jorge Bergoglio, cura que llegó a arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina: Francisco era un peronista.

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El peronismo fue un amplio movimiento político que se inspiró, originariamente, en lo que el coronel Juan Perón vio en la Italia de Mussolini en los años 30, antes de ascender a general y a presidente. Es un movimiento heterogéneo, pero a grandes rasgos puede dividirse en un ala de derecha y uno de izquierda. Durante la Segunda Guerra Mundial, Perón apoyó abiertamente al Eje fascista. Como gobernante actuó, objetivamente, como un autócrata de derecha que implementaba mejoras sociales como forma de obtener un amplio apoyo electoral. Muchos peronistas comprometidos consideran que esas mejoras sociales son lo único significativo del movimiento. Bergoglio parece haber sido de esa opinión toda su vida. Se ha dicho que nunca pensó que llegaría a ser papa… pero que aspiraba a ser un nuevo Perón.

Una de las muchas frases dichas por Perón que se adoptaron como lemas en la Argentina fue: “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”. En la práctica, los peronistas de derecha y de izquierda han batallado incluso con tiros. Pueden formar alianzas temporarias, pero los rencores nunca se olvidan del todo.

Cuando Bergoglio fue elegido papa en 2013, la presidente de Argentina era Cristina Fernández de Kirchner. Se odiaban. Ella es la viuda de un anterior presidente, Néstor Kirchner, que también odiaba a Bergoglio. Los Kirchner, al enfrentar múltiples acusaciones de corrupción, veían al arzobispo como una figura de la oposición. En Argentina, nada significa más claramente un encono entre presidente y arzobispo que la falta de asistencia del primero a las misas Te Deum anuales celebradas por el segundo (excepto pasar directamente la quema de iglesias, que los peronistas realizaron en 1955 y llevó al derrocamiento de Perón por generales muy católicos).

Cristina Kirchner no fue al último Te Deum de Bergoglio. Los peronistas compiten entre ellos en manifestaciones de devoción para con los oprimidos. Cristina, presentándose como la líder natural de la defensa de estos, no quería oír las denuncias contra el gobierno de ella que sospechaba que Bergoglio iba a emitir, y que efectivamente emitió: palabras como “manifestaciones de abandono y desprecio hacia los más débiles en la sociedad”.

Pero si Bergoglio lideraba la oposición religiosa a Kirchner, quien lideraba la oposición política era Mauricio Macri, que era alcalde de Buenos Aires, y la sucedió como presidente en 2015. Y que si bien es antiperonista, tampoco era devoto de Bergoglio, y faltó al Te Deum al igual que Cristina K. Bergoglio debe haber adquirido la permanente sensación de que tenía pocos amigos en Argentina, más allá de los personales.

Naturalmente, los argentinos estuvieron extáticos cuando uno de ellos fue consagrado papa. Con el tiempo, al igual que en otras latitudes, hubo lamentos cuando el entusiasmo reformador que anunció Francisco se empantanó considerablemente en las luchas internas del Vaticano. Pero también hubo una desilusión más específica cuando Macri, siendo presidente, visitó al papa en 2016. Nadie dejó de percatarse del rostro de marcado descontento que puso Francisco en las fotos oficiales, con una glacial y deliberada falta de la sonrisa habitual en tales ocasiones.

Hubo algo más que a nadie en Argentina le pasó desapercibido. Aunque era un papa viajero que visitó 66 países –once en este hemisferio, incluyendo Chile al lado mismo de Argentina– nunca visitó a su propio país. Esto fue percibido como una clara bofetada política.

Tal vez el más claro gesto político del papa Francisco con respecto a la Argentina se relacionó con Milagro Sala, una activista política peronista que fue acusada no sólo de corrupción sino de trato físico brutal para con oponentes, y fue sentenciada a prisión. Sala tiene razón al argumentar que si no hubiera sido mujer, o su piel fuera menos oscura, tal vez hubiera sido tratada con más indulgencia. Por otra parte, los cargos contra ella fueron demostrados concluyentemente. Su caso dividió a la Argentina. Francisco tomó partido con un vívido gesto. Le envió a Sala, en prisión, un rosario. Para un peronista, realmente no hay nada mejor que otro peronista.

Publicado el 25 de Abril, 2025

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